Al mediodía nos encontramos otra vez en la plaza de Castro y partimos hacia Cucao. El trayecto es al principio con muchas cabañas típicas del lugar y transitado por muchos autos pero vas avanzando en el camino y el lugar se transforma en un lugar muy bello con espesos bosques patagónicos.
Cucao pertenece a la comuna de Chonchi y viven sólo 450 habitantes que se dedican a la pesca, la pequeña agricultura y la cría de animales.
Es un poblado antiguo que en el año 60 sufrió un terremoto y maremoto que se llevó muchas casas.
El viaje de Castro a Cucao es de 24 km hasta llegar al cruce de Notuco y después son 35 km de camino de ripio. La mayoría del trayecto contornea el lago Huillinco, el más grande de Chiloé.
Cucao y Huillinco son los dos únicos poblados chilotes del oeste insular. Sus lagos del mismo nombre, se conectan, desembocando en el rugiente Océano Pacífico. Charles Darwin, también caminó por aquí en 1835 y contempló asombrado seguramente estas playas aún descontaminadas.
Cucao tiene hostales para mochileros y las playas abiertas al Pacífico. Pocos lugares quedan así en el mundo.
Fuimos a las extensas playas de arena blanca que cubren cerca de 20 kilómetros y te deslumbran.
En la playa se puede recolectar piures, machas, almejas, erizos y locos. No vimos ninguno pero la marea iba dejando el típico cochayuyo que es un alga roja que habita estas costas. Es rica en yodo y sales minerales y sirve hace muchos años como alimento de muchas comunidades indígenas americanas; en Chile también se agrega a diversas comidas.
Contemplamos y disfrutamos el inmenso mar que te deja sin aliento y recostados en la fina arena comimos algo de lo que habíamos llevado para compartir, la que se llevó el primer puesto fue Emilia: el aire marino le dio hambre.
Ahora teníamos que ir al famoso Muelle de las Almas, tuvimos que preguntar a otros viajeros porque no está muy bien señalizado y te perdés.
Emprendimos sin apuro y tranquilos el camino, cruzamos campos, cercos, bosques con vistas a bahías gigantescas, acantilados golpeados por olas enormes y en el verde pasto ovejas y vacas comiendo.
El paisaje parecía sacado de la película El Señor de los Anillos.
Llegamos al famoso muelle que es impresionante con una vista increíble del mar. Es un camino de madera, una pasarela a ninguna parte...
Fue construído en el año 2005 y según los guías tiene forma ascendente hacia el cielo, invoca al más allá y se angosta hacia el final, como una síntesis de un camino de soledad hacia la muerte.
No sabemos si fue por la endeble estructura del muelle o por una tradición, pero las personas que habían llegado como nosotros hacían fila para sacarse fotos... de a uno. La espera fue larga pero ...valió la pena.
Y para terminar el relato de este lugar maravilloso les cuento que los chilotes dicen que en los acantilados de esta bahía donde está el muelle además de los sonidos producidos por el mar se escucharían lamentos, llantos y súplicas que procederian de angustiosas ánimas de almas en pena que deambulan por la zona.
Llaman al balsero Tempilcahue y le piden que las lleve a su lugar de descanso y donde exista la felicidad eterna. Por eso están siempre llorando.
Si las escuchás no trates de comunicarte con ellas y nunca las llames por su nombre "Animas de Cucao" ya que si lo hacés, luego de pasar un año, la muerte te buscará para ser un nuevo espíritu de las Animas.
Volvimos a Castro y en el camino podés degustar si tenés hambre de la gastronomía de este lugar. No te pierdas las empanadas de queso y machas que son imperdibles.
Pasamos por Chonchi otro pueblo de esta isla pero el relato lo dejamos para mañana.
Un día para atesorar y guardar como un tesoro.
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